La sensación de infinito es una de las sensaciones más agobiantes que he sentido en mi vida.
En mi proyecto literario, Nivreial, he definido los conceptos de tal manera que el infinito se vuelve un concepto cuasi-manejable, no tan agobiante... en el proyecto pretendo tener la naturaleza de un ser meta temporal. Es posible que esa idea haya salido de lo agobiante que se siente el infinito.
He caido en cuenta de cuánto me pesa el infinito hoy, hablando con Carmen, amiga que se va del país a perseguir sus sueños, estudiar una carrera muy inusual pero que siempre le ha llamado la atención... me gustaría tener su coraje, dedicación y el apoyo que ha tenido, bien ganado, por cierto, en su decisión.
Pues el infinito, como tantas otras cosas y en tantas situaciones, pesa aquí de manera dual: por un lado estoy infinitamente cerca de Carmen, por otro infinitamente lejos... y por toda la eternidad.
Infinitamente cerca... la he conocido por cinco años ya. ¿Cómo olvidar cuando, hace ya cuatro veranos, salía de mi puesto de trabajo en mecánica industrial para hablar con ella? Oh, sí... más de un trabajo incompleto por eso.
Y como tantas cosas, nuestra amistad tuvo variación... dejamos de hablar hacia invierno, y primavera y verano pasaron estando lejos.
Luego tres años de camaradería: habíamos escogido la misma área técnica, informática. Camaradería y hermandad, pura y simple amistad... de esa que se mete entre los huesos, que forma parte de la sangre; de esa que se comparte con un puñado de gente en la vida, y con ellos para toda la vida. En más de una ocasión fuimos insoportables el uno para el otro, pero eso no importa... nunca ha importado. Es un matiz más de esto tan extraño.
El proyecto de graduación, las empresas que habíamos formado en el politécnico, los trabajos que habíamos hecho... la culminación en la presentación de lanzamiento de la empresa... ¡mucho trabajo compartido! Nunca le odié tanto, nunca le amé tanto como durante y después...
Y al terminar, sentarnos ahí, comer de lo que quedaba del brindis, y pensar que todo había terminado.
No espero que comprendan lo que sentí en esos momentos. Carmen misma no lo entendería si le intento explicar... pero no hay nada que una más a dos personas que un proyecto largo y arduo compartido. Aún hoy recuerdo eso y siento ganas de abrazarle, como lo hice, aun a pesar de su confusión ante mi acción.
Francamente quería abrazarle por un largo tiempo, sin dejarle ir: Mi amiga había compartido un reto conmigo, y habíamos triunfado. Pero no sólo eso: también sabía ya que se iba del país a estudiar.
A perseguir sus sueños.
Qué felicidad. Qué tristeza. Qué amargura.
Ahora no tengo Mi Amiga, con quien compartí el proyecto, con quien compartí esos años. Y aun está en el país mientras escribo estas líneas, posiblemente durmiendo como tanto le gusta hacer.
Y no sé si alguien entenderá el aprecio que siento por ella, libre de malicia o segundas intenciones, sólo con ganas de una amistad profunda como la que hemos compartido hasta ahora.
Y aunque está aun en el país, siento que está infinitamente lejos, siento que ya no está y que nunca más estará. Porque ya no compartimos siquiera la esperanza de un proyecto, porque nuestros senderos se separan, de una vez y para siempre... porque, por más que me contradiga, es casi imposible que volvamos a hablar, más difícil aún que hablemos como antes, con un proyecto entre manos que hemos de terminar, un reto que hemos de vencer, una victoria que hemos de compartir.
Es extraño escribir esto, y saber que nadie comprenderá las lágrimas en mis ojos... o, mejor dicho, saber lo infinitamente difícil que será sentir que son comprendidas...
Los Amigos, de una vez y para siempre, son tanto parte de uno que nunca son olvidados, pero son tan foráneos que dejan de existir si faltan las condiciones ideales, y aunque estemos aquí, con buenos sentimientos e intenciones...
Es infinitamente pequeña la posibilidad de que sea, una vez más, lo que una vez fue.
Con amor del que difícilmente puede esperar de otra persona,
para Mi Amiga.
Irving Axel J. Rivas Zarete
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